Los Siete Pueblos Orientales de las Misiones Jesuíticas fueron ocupados a partir de 1801 por la corona portuguesa. Allí se inició un proceso de poblamiento que consolidó la frontera.
Después de la batalla de Mbororé, en 1641, las regiones de evangelización de la Provincia Jesuítica del Paraguay se concentraron definitivamente en 30 pueblos alrededor de los ríos Paraná y Uruguay. Quince de ellos se asentaron en lo que es hoy territorio argentino, ocho en actual territorio paraguayo y siete en el actual estado de Rio Grande do Sul.
Durante la época jesuítica estos ríos, Paraná y Uruguay, junto a sus principales tributarios, sirvieron de medios de transporte y comunicación entre los pueblos. Pero después de expulsados los Jesuitas, en 1768, la grave decadencia en la que cayeron las Misiones de guaraníes, sumado a los enfrentamientos políticos y territoriales entre España y Portugal, llevó al fraccionamiento del conjunto de los pueblos. Fracciones que comenzaron a depender de nuevos estados.
Tal el caso de los Siete Pueblos orientales. En 1801, a partir de razzias de milicias dirigidas prácticamente por bandoleros mercenarios pagados por el Gobierno portugués, sin oposición alguna ocuparon el territorio hasta el río Uruguay, que se constituyó en la nueva frontera entre Portugal y España, expandiendo el límite anterior, sobre la Cochilha Grande.
Esa ocupación de los Siete Pueblos concretó una vieja aspiración de la corona portuguesa, frustrada inicialmente en épocas de la Guerra Guaranítica pocos años antes de la expulsión de los Jesuitas. Con esta posesión, en 1801, culminaba un proceso de poblamiento portugués en los confines meridionales del Imperio, iniciado en 1737 con la fundación del presidio de Rio Grande y Laguna o Porto dos Casais (llamado luego Porto Alegre). A fines del siglo XVIII una decena de familias patricias ligadas al Regimiento de Dragones de Rio Grande se distribuían el dominio de la frontera con la Banda Oriental, dedicadas especialmente a la explotación ganadera y a la industria del cuero y charque que se exportaban a Sao Paulo y Minas. Desde la década de 1760 ese poblamiento había llegado hasta la Cochilha Grande, límite con las Misiones Jesuíticas. Por ello, la conquista de los Siete Pueblos permitió completar el poblamiento hacia el oeste, hasta el río Uruguay.
En el espacio ocupado por la corona portuguesa, había existido, en tiempos jesuíticos, el departamento de San Miguel. Este se transformó en la Comandancia Militar de Misiones que nucleó a los Siete Pueblos. Su función fronteriza y la enorme distancia que la separaba de la Capitanía de Río Grande, ubicada sobre el Atlántico, a 600 kms de allí, obligó a desarrollar una administración de tipo militar. Los malos caminos, los complejos accidentes naturales y las escasas comunicaciones dieron a la región misionera un carácter muy autónomo respecto al gobierno de la Capitanía. Por ello, los Comandantes militares y sus subalternos tenían funciones importantes como la de otorgar terrenos fiscales, hasta la administración de Justicia ante la ausencia de juzgados, que recién serían creados en 1827. También debían ejercer el control policial del contrabando fronterizo, preparación de las milicias, etcétera. Este importante ejercicio de autoridad y la autonomía de su poder, le confirieron a estos comandantes militares una influencia decisiva entre los habitantes de la región. De algún modo, se suscriben en estos elementos, las raíces de la “Revolución Farroupilha” que se desarrollara en la década de 1830 en la región riograndense, revolución que pretendía la independencia y autonomía total de este territorio respecto al resto del Imperio del Brasil.
En relación a la administración de las comunidades de guaraníes, los comandantes militares siguieron respetando el sistema de comunidad, con algunas restricciones. Se establecieron en cada uno de los pueblos un administrador, un ayudante y un cura. La mitad de la semana los naturales trabajaban para su comunidad y el resto del tiempo para ellos mismos.
En 1809 se creó el municipio de Rio Pardo, pasando la Comandancia de Misiones a depender de aquel, pero sólo de manera formal, pues los comandantes siguieron poseyendo sus facultades extraordinarias.
En 1820, finalizadas las luchas del Comandante de las Misiones Orientales, Francisco das Chagas Santos con Andrés Guacurarí, Sao Borja, la capital del distrito ejercía jurisdicción política y religiosa desde el río Ibicuy hasta el río Ijuí, unos 300 kms de sur a norte. Casi la misma distancia comprendía la jurisdicción de este a oeste, desde el río Uruguay hasta la Cochilha Grande. En 1827 se crearon los Juzgados de Paz, cuando ya se había erigido la Provincia de Rio Grande do Sul. San Borja fue sede del distrito antedicho.
En 1835, cuando el comercio fluvial sobre el río Uruguay comenzó a cobrar nuevo impulso, se creó la Aduana de San Borja, cuya principal actividad económica fue el tráfico de yerba mate extraída de los yerbales silvestres de la floresta misionera.
Fuente: Diario El Territorio.
Después de la batalla de Mbororé, en 1641, las regiones de evangelización de la Provincia Jesuítica del Paraguay se concentraron definitivamente en 30 pueblos alrededor de los ríos Paraná y Uruguay. Quince de ellos se asentaron en lo que es hoy territorio argentino, ocho en actual territorio paraguayo y siete en el actual estado de Rio Grande do Sul.
Durante la época jesuítica estos ríos, Paraná y Uruguay, junto a sus principales tributarios, sirvieron de medios de transporte y comunicación entre los pueblos. Pero después de expulsados los Jesuitas, en 1768, la grave decadencia en la que cayeron las Misiones de guaraníes, sumado a los enfrentamientos políticos y territoriales entre España y Portugal, llevó al fraccionamiento del conjunto de los pueblos. Fracciones que comenzaron a depender de nuevos estados.
Tal el caso de los Siete Pueblos orientales. En 1801, a partir de razzias de milicias dirigidas prácticamente por bandoleros mercenarios pagados por el Gobierno portugués, sin oposición alguna ocuparon el territorio hasta el río Uruguay, que se constituyó en la nueva frontera entre Portugal y España, expandiendo el límite anterior, sobre la Cochilha Grande.
Esa ocupación de los Siete Pueblos concretó una vieja aspiración de la corona portuguesa, frustrada inicialmente en épocas de la Guerra Guaranítica pocos años antes de la expulsión de los Jesuitas. Con esta posesión, en 1801, culminaba un proceso de poblamiento portugués en los confines meridionales del Imperio, iniciado en 1737 con la fundación del presidio de Rio Grande y Laguna o Porto dos Casais (llamado luego Porto Alegre). A fines del siglo XVIII una decena de familias patricias ligadas al Regimiento de Dragones de Rio Grande se distribuían el dominio de la frontera con la Banda Oriental, dedicadas especialmente a la explotación ganadera y a la industria del cuero y charque que se exportaban a Sao Paulo y Minas. Desde la década de 1760 ese poblamiento había llegado hasta la Cochilha Grande, límite con las Misiones Jesuíticas. Por ello, la conquista de los Siete Pueblos permitió completar el poblamiento hacia el oeste, hasta el río Uruguay.
En el espacio ocupado por la corona portuguesa, había existido, en tiempos jesuíticos, el departamento de San Miguel. Este se transformó en la Comandancia Militar de Misiones que nucleó a los Siete Pueblos. Su función fronteriza y la enorme distancia que la separaba de la Capitanía de Río Grande, ubicada sobre el Atlántico, a 600 kms de allí, obligó a desarrollar una administración de tipo militar. Los malos caminos, los complejos accidentes naturales y las escasas comunicaciones dieron a la región misionera un carácter muy autónomo respecto al gobierno de la Capitanía. Por ello, los Comandantes militares y sus subalternos tenían funciones importantes como la de otorgar terrenos fiscales, hasta la administración de Justicia ante la ausencia de juzgados, que recién serían creados en 1827. También debían ejercer el control policial del contrabando fronterizo, preparación de las milicias, etcétera. Este importante ejercicio de autoridad y la autonomía de su poder, le confirieron a estos comandantes militares una influencia decisiva entre los habitantes de la región. De algún modo, se suscriben en estos elementos, las raíces de la “Revolución Farroupilha” que se desarrollara en la década de 1830 en la región riograndense, revolución que pretendía la independencia y autonomía total de este territorio respecto al resto del Imperio del Brasil.
En relación a la administración de las comunidades de guaraníes, los comandantes militares siguieron respetando el sistema de comunidad, con algunas restricciones. Se establecieron en cada uno de los pueblos un administrador, un ayudante y un cura. La mitad de la semana los naturales trabajaban para su comunidad y el resto del tiempo para ellos mismos.
En 1809 se creó el municipio de Rio Pardo, pasando la Comandancia de Misiones a depender de aquel, pero sólo de manera formal, pues los comandantes siguieron poseyendo sus facultades extraordinarias.
En 1820, finalizadas las luchas del Comandante de las Misiones Orientales, Francisco das Chagas Santos con Andrés Guacurarí, Sao Borja, la capital del distrito ejercía jurisdicción política y religiosa desde el río Ibicuy hasta el río Ijuí, unos 300 kms de sur a norte. Casi la misma distancia comprendía la jurisdicción de este a oeste, desde el río Uruguay hasta la Cochilha Grande. En 1827 se crearon los Juzgados de Paz, cuando ya se había erigido la Provincia de Rio Grande do Sul. San Borja fue sede del distrito antedicho.
En 1835, cuando el comercio fluvial sobre el río Uruguay comenzó a cobrar nuevo impulso, se creó la Aduana de San Borja, cuya principal actividad económica fue el tráfico de yerba mate extraída de los yerbales silvestres de la floresta misionera.
Fuente: Diario El Territorio.






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