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El sistema económico de las Misiones Jesuíticas

Ilustración del jesuita Florian Paucke. | Sobre la cosecha de yerba en los pueblos.

Fue una conjunción de influencias entre la cultura guaraní, el sistema colonial imperante y ciertas particularidades que le imprimieron los jesuitas.

Ernesto Maeder, al igual que otros historiadores que han investigado sobre los fundamentos económicos de las Misiones Jesuíticas, como Oreste Popecu, Carbonell de Masy o Maxime Haubert, coincide que el sistema implementado en los pueblos fue el resultado de una combinación de prácticas ancestrales de los guaraníes con el régimen vigente en el ámbito colonial rioplatense.

Las costumbres tradicionales guaraníes dominaban, como se ha insistido en esta columna, toda su vida cultural, no sólo la económica. Lo que procuraron los jesuitas fue resolver el problema del abastecimiento de los pueblos, los que, a diferencia de las pequeñas aldeas, las “tekó-á”, no podían depender sólo de una agricultura primitiva, complementada por la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres en la selva. 

Se hacía necesario organizar para cada pueblo extensos cultivos, estancias para el ganado, organizar el régimen del trabajo y procurar que éste fuera valorado como un acto indispensable para el bien común. También había que disponer de excedentes y organizar su venta para el retorno de bienes necesarios para la vida cotidiana y el cumplimiento de los compromisos fiscales.

Los tres elementos fundamentales de la estructura productiva de Misiones fueron la agricultura, la ganadería y las artesanías. Para ello se formaron chacras familiares y comunales alrededor de los pueblos. En el primer caso, cada familia recibía un lote para plantar maíz, batatas, mandioca, legumbres. Esto era el “abambaé”. Otros lotes mucho más extensos, denominados “tupambaé”, constituían el espacio cultivado entre todos y su producción tenía por destino la comunidad. Se sembraba principalmente algodón, maíz, caña de azúcar. 

La producción de yerba y algodón requería de especial atención. Inicialmente la yerba se extraía de los montes naturales de la región del Mbaracayú, en el alto Paraná, pero su traslado era muy complejo y fue suplantado por plantaciones propias de los pueblos a partir del momento que los jesuitas descubrieron cómo formar los almácigos y cultivar los yerbales.  Así los pueblos pudieron abastecerse de yerba y pudieron tener un producto de intercambio ventajoso para su economía.

El algodón también revestía mucha importancia. Con sus fibras las mujeres hilaban y tejían diferentes variedades de lienzo para las vestimentas de los indios.

La producción rural, agrícola, se complementaba con la ganadería. Los jesuitas desde un principio llevaron animales de tiro y carga a los pueblos para las faenas rurales. Cada pueblo tuvo sus propias estancias, especialmente a partir de fines del siglo XVII. Previamente se abastecían de las lejanas vaquerías del Mar y los Pinares, cercanas al océano Atlántico.

 Pero algunos de ellos, como los de las praderas meridionales -Yapeyú, La Cruz, San Miguel, Santo Tomé-, disponían de mejores pastos y mayores extensiones, por lo que producían un número mayor de animales que el resto de los pueblos. Un sincronizado sistema de caminos lograba agilizar los arríos de las haciendas para que todos los pueblos contaran en su dieta cotidiana la carne vacuna.

Las estancias de cría estaban a cargo de capataces. Cerca de cada pueblo una estancia más pequeña servía para concentrar los animales de servicio, como caballos, mulas, bueyes, ovejas, vacas lecheras. La carne se faenaba a diario y se repartía entre los habitantes de cada pueblo.

En relación a las artesanías, tenían el objetivo de cubrir todas las necesidades de la comunidad. Había fábrica de tejas, ladrillos, baldosas, canteras donde se les daba forma a las piedras a utilizar en las construcciones, carpinterías y herreros. A estos talleres se les añadían los escultores de imágenes, los “santos-apohava”, fundamentales para el proceso de catequización de las almas guaraníes. 

Pintores y plateros, juntos a los tejedores trabajaban también en estas habitaciones que, en todos los casos, se hallaban edificados alrededor del segundo patio de cada pueblo. Algunas labores requerían mayor atención cuando, por ejemplo, se trasladaba un pueblo, se reedificaba el templo o se reparaban los techos de las viviendas familiares. 

Otras tenían carácter permanente como la producción de lienzos. Algunos maestros se especializaron en la fábrica de retablos, imágenes y óleos. Todas estas aptitudes artísticas, como las musicales, según lo explica muy bien Darko Sustersic, no eran las de simples copistas, sino que todas las obras de arte guaraníticas tenían una fuerte impronta de su cultura. Del mismo modo el estilo arquitectónico de los pueblos.

Lo producido en los pueblos guaraníes durante la administración jesuítica servía tanto para el intercambio entre los pueblos, como así también para el mercado externo. Sus excedentes los comercializaban a través de las procuradurías de los colegios de Santa Fe y Buenos Aires. Allí remitían sus cargas de yerba, lienzos, cueros, tabaco por vía fluvial. Con los beneficios obtenidos se compraban los bienes que cada pueblo demandaba.

Como en las Misiones no circulaba moneda, todas las transacciones se hacían sobre valores preestablecidos, conocidos como pesos huecos o moneda de la tierra, según narra Ernesto Maeder.

Por lo dicho, el sistema productivo de las Misiones, aseguraba la vinculación de las Misiones con la sociedad colonial y un funcionamiento sincrónico que permitió un desarrollo sin pausas y convirtió a esta región en la más densamente poblada y organizada de todo el litoral rioplatense durante el siglo XVIII.

Fuente: Diario El Territorio
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